miércoles, 25 de abril de 2012

Fuerza natural

  Estas mirando al cielo, está gris y el sol está escondido.
  Estas tumbada en una playa, la arena está fría y pequeñas dunas se te clavan en la espalda.
  No tienes pensado moverte, simplemente piensas quedarte ahí, sin apenas respirar, ni pestañear para no molestar al entorno tan pacifico y amenazante que te rodea.
  Se oye desde el cielo un débil trueno. Iba solo, no le acompañaba ningún relámpago.
  Giras la mirada hacía la nube de la que proviene el atroz sonido. Es el primer movimiento que haces en mucho tiempo, casi notas que te ha dolido. Recuperas la posición inicial.
  Estas tumbada, miras al cielo.
  Por tu brazo izquierdo empiezas a notar un cosquilleo, no quieres moverte e intentas ignorarlo.
  El cosquilleo se mueve, << se extiende>> piensas, pero no es así. Se está moviendo y te sube por el brazo.
  Frunces el ceño, sabes que algo va mal. Incorporas la cabeza, al hacerlo el cuello te arde de dolor, como mil agujas clavándose en tu piel.
  Buscas el causante de ese cosquilleo, ignorando el dolor, pero, no es un "ese" sino un "eso". Pequeños granos de arena ruedan por tu piel, siguen moviéndose, pero lo hacen de forma extraña. Se mueven hacia arriba pero a su paso, de la inmensa playa grisácea les liguen otros.
  Empiezan a subirte por las piernas. Ya te han cubierto los tobillos y las muñecas.
  Tu incapacidad de movimiento ya no es voluntaria, de algún modo la arena te aprieta.
  Te llega a la cintura, la envuelve y presiona, hasta el punto de no dejarte respirar.
  Te agobias, forcejeas contra la naturaleza.
  En todo este tiempo no has dejado de mirar al cielo, ni has gritado
  Cierras los ojos, sientes frías las manos pero la cabeza te arde por la falta de oxigeno.
  Ya no respiras, has dejado de forcejear, tu piel se ha vuelto blanca, tus dedos están amoratados.
  La arena afloja su fuerza y empieza a subir recorriendo tu cuerpo por encima de la ropa, formando figuras en espirales y remolinos a su paso, acariciando tu piel fría y pálida. Llegando al cuello, mimando tu barbilla como caricias de alguien cercano, pasando por tus labios ahora rosa pálido. Algunos granos saltaban ya a tus largas pestañas, pegándose, abrazándose a ellas.
  Cubre tus parados y finalmente tu frente.
  Tanto habías deseado ser naturaleza que ahora eres parte de ella.

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