lunes, 3 de octubre de 2011

Ya nada importa...

Enviado por Ana Isabel ta ta tata tachán!!!!!!!!!! he aquí su relato

Sonrisa desgarrada plasma mi rostro de serenidad fingida.
 No importa. Acaricia suavemente el borde de mi barbilla, tratando de despertarme de mi ensueño.
 Delicadamente, como si en cristal me hubiera convertido, temeroso de quebrarme con un brusco
 movimiento, alza mi cabeza. Mi mirada abandona el ruinoso pavimento que me ha servido como
 refugio durante los últimos dos minutos. Levanto la vista, recorriendo su cuerpo pausadamente y me
 detengo en la comisura de sus labios, sus carnosos labios. Finalmente, alcanzo sus enigmáticos ojos,
 sus almendrados ojos, brillando a la tenue luz de la Luna, la reina indiscutible de la noche. Mueca de
 felicidad muestran sus facciones discretamente, atrayéndome hacia sí con lentitud. Un beso, un largo
 pero efímero beso, me regala, me estrecha entre sus brazos, me envuelve como si un manto
 protector se tratase, posa su voz en el umbral de mi oído. No te oigo, quiero gritar con todas mis
 fuerzas, no logro escucharte, no me abandones, no te marches nunca, quédate, solo deseo eso
 como máxima voluntad, como único anhelo de mi ingrata existencia. Da media vuelta, sostengo su
 mano con fuerza, no me dejes sola, te lo suplico, trato de decir, malinterpretando mi lúgubre
 semblante, sella mis labios de forma más duradera y me entrega en el rellano de mi hogar.
 Silenciosamente, se marcha risueño, la soledad se apodera de todo mi ser cuando su figura
 abandona el firmamento. Contemplo por última vez aquel centenario portón, camino con acelerado
 paso hacia donde debía ir, llegando tras recorrer un corto espacio de tiempo. No importa. Ya nada
 importa. Ya no finjo sonrisas, mi serenidad, perdida, aprieto mis ojos con tanta fuerza como se me
 permite, apresurando mi moribunda mano a mis párpados, comprobando la posterior humedad de
 estos traidores acobardados. Ya no está, él ya no está. Se fue hace demasiado tiempo, no volvió,
 sorprendido por la inevitable visita vital. La luz se acerca, me atrevo a dar el paso para desaparecer
 del emponzoñado mundo,desintegrando todo mientras un desagradable chirrido desvanece mi
 materia. Escarlata. Solo queda escarlata. Igual que tú me dejaste, con solo escarlata para las
 inmundas vías engrasadas. No importa. Nos encontraremos cuando caiga de nuevo la penumbra mi
 mundo dormido.

sábado, 1 de octubre de 2011

El cazador y la cierva

Miraba por el ojo de mira de la escopeta, muy seguro de que ese día conseguiría alguna pieza. La temporada no iba muy bien, al menos para él, que fardaba de ser un excelente cazador en bosque.
Caminaba despacio, procurando hacer el menor ruido posible. Las pequeñas ramitas, caídas de los árboles crujían casi en susurros bajo sus botas.Avanzaba con el sigilo de un felino, con el arma ya dispuesta para ser disparada en cualquier momento.
En el bosque daba la impresión de estar él solo, sin nadie más, ningún otro ser humano, que pasease por entre aquellos grandes árboles frondosos.No se oía un alma. Ni siquiera los pájaros parecían atreverse a hacer ruido.
De pronto se paró en seco. Sin hacer ningún ruido, preparó la gran escopeta, pues le pareció haber visto algo moverse entre los arbustos. Así era, una cierva, de pelaje pardo brillante a los rayos del sol que se filtraban entre las copas de los árboles, de orejas finas y puntiagudas. La mejor pieza que había visto jamás, pensó, por un ejemplar así se haría famoso. Su cabeza empezó a divagar entre las posibilidades de riqueza que le daría el animal. Cunado se quiso dar cuenta, el majestuoso animal, ya se había percatado de su existencia, le miraba fijamente a través de los matojos y arbustos, con sus ojos negros de largas pestañas marrones.
El cazador al darse cuenta quiso reaccionar, apuntó con el arma, ya la tenía a tiro pero... no pudo, le era imposible apretar el gatillo, cargó el arma, para intentar tranquilizarse, volvió a apuntar. Esta vez no disparó por curiosidad, curiosidad de que el animal no hubiese huido, a estas alturas, cualquier otra cierva ya habría salido trotando de allí. Esta, permanecía inmóvil mirándole, con aire de superioridad, pensó, pero eso era imposible.
Se secó el sudor de la frente, con la manga de la camisa, dio un pequeño paso al frente, la cierva, levantó una oreja a la vez que levemente la cabeza y empezó a saltar, adentrándose en las profundidades del bosque.
Al verla marcar el cazador corrió tras ella, ya no levaba su arma en posición de ataque, la llevaba cogida por la mitad del tubo del cañón, y la iba balanceando cada vez que daba una zancada.
La cierva corría más que él, pero parecía estar esperándole, como si todo aquello no fuese más que un juego para ella, él sin embargo, empezaba a sentirse agotado. El sudor empezaba a deslizarse por su cara, frío como el hielo y picante en los ojos. La carrera empezó a darle dolor de pecho, deseaba parar pero le importaba más perseguir su premio.
En un acto reflejo, tiró la escopeta al suelo, provocando un ruido de ramas rotas bajo ella, no miró atrás, una fuerza más fuerte que la avaricia le impulsaba a seguir corriendo, a pesar de que estaba claro que no podía más.
Por fin la cierva paró, estaba en el centro justo de un gran blanco en el bosque, el cazador al parar sintió una nausea subirla hacía la boca desde el estomago, la retuvo hasta detenerla.
El bello animal le volvía a mirar fijamente, el cazador comenzó a buscar su arma, se acordó de que la había tirado mientras corría tras la cierva. Una luz resplandeciente le cegó de repente, cuando ceso un poco, se habia olvidado del arma y de la caza solo la veia a ella.
El majestuoso animal de pardo pelaje se habia convertido en una hermosa mujer de castaños cabellos largos. Desde ese momento, decidió olvidarse de la caza, de todo que pudiese dañar a otro ser, la bella mujer le miraba, él no lograba descifrar su cara pero veía cierta desconfianza.
Ella se acercó a él, alargó el brazo y...
Desaparecieron juntos en la deslumbrante luz en el claro del bosque.